Pont Neuf

En el Pont Neuf se pueden ver todos, o casi todos, los monumentos de París. Por eso lo abarrotan los turistas y los enamorados para pasear. Caminan tomados de la mano, se toman fotos ahora tu y después yo y después los dos mi amor. También pelean. Los vi, a dos negros americanos, peleando porque el le jura que el “Latin Quarter” es para allá y ella le dice que no chico que es para el otro lado. Esa tarde casi me viro y les digo que queda hacía la derecha, como a cien metros. Andan en tenis y gorra, pero otros andan bien vestidos. Muchos vienen a hacer lo mismo que yo, a mirar el atardecer y ver como la ciudad de las luces se sigue encendiendo dos siglos más tarde. Pero antes de que eso pase, el sol se tiene que ir. Desaparecer, hasta mañana. Su luz rosada lo cubre todo, todo lo que mis ojos miopes alcanzan a ver. Sería romántico si no fueran sólo gases. ¿Quién piensa en estas cosas?

Los que caminan por el Pont Neuf solos. Los que ven a las parejas poner candados con sus iniciales en las barandas del puente y piensan: ¡pendejos! Los que nos creemos más listos y más racionales. En vez ponemos candados invisibles. Por todas partes y en todos los países. Esos no los puede romper nadie, ni los puede venir a quitar un gendarme gordito cuarentón. Y así se deja parte de uno tirada por distintos sitios del mundo, sin que nadie se dé cuenta, ni uno mismo. Hasta que se difumina el tinte rosa, y se pone el sol. Todo se queda negro. Los candados, y uno que se levanta ciego para irse de ese lugar cuando la ciudad de las luces se queda sin luces.

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